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Carlos Peña

Ha causado polémica una imagen religiosa (al parecer, la Virgen María) con los ojos vendados, vestida de negro y con su manto tapizado de fotografías de detenidos desaparecidos.

Un grupo de creyentes —miembros de una cofradía— ha considerado que esa imagen promueve la odiosidad religiosa y denigra la figura de la Virgen del Carmen. Algunos obispos también intervinieron afirmando que la obra “es una falta de respeto —dijeron— que no se condice con nuestra realidad de ser una nación cristiana. Y más todavía si es una falta de respeto a la madre de Dios”. ¿Será así?

Desde luego, la práctica de intervenir obras ya concluidas, cambiando su sentido original o subrayando el que poseen, y que por motivos diversos pudo haberse olvidado —en una palabra, resignificándolas—, es una innegable manifestación artística. La figura de la Virgen con los ojos vendados y con fotos de víctimas de la dictadura en su vestimenta es obviamente una obra artística, una intervención, y debe ser juzgada de esa forma. Bastaría entonces esgrimir la libertad de expresión para defender a esa obra y su exhibición. Incluso si ella puede resultar ofensiva a algunos creyentes, no hay motivo para impedirla. Intervenir una figura religiosa es una manifestación artística.

Pero esa obvia defensa no es, en este caso, necesaria. Y es que, bien mirado, esa obra artística no denigra a la Virgen y por eso quienes la veneran no debieran sentirse ofendidos. Porque esa obra en realidad muestra uno de los aspectos más profundos y misteriosos de la fe. Y quizá si los creyentes se detienen en el sentido o significado que esa intervención posee, abandonen sus quejas y se sientan menos agraviados.

La Virgen forma parte de una religión soteriológica o de salvación, el cristianismo, que desde siempre ha estado asaltada por una pregunta que ronda a la fe cuando ella es reflexiva y que aparece, por supuesto, en las Escrituras: si Dios es poderoso y la Virgen es capaz de interceder ante él ¿cómo es posible que existan el sufrimiento y el dolor?, ¿cómo explicar que haya habido desaparecidos, como aquellos cuyas fotos cuelgan del manto de esa imagen?, ¿acaso Dios no pudo impedir que ello ocurriera?, ¿acaso la Virgen es ciega?

Ese tipo de preguntas forman parte de lo que se conoce como el problema de la teodicea (que aparece en todas las religiones y, desde luego, en las Escrituras con la figura de Job) y que equivale a la necesidad de explicar el sufrimiento humano. Por eso para un cristiano la cruz tiene tanta significación, porque en ella aparece un torturado que, sin embargo, muestra de esa forma que el sufrimiento tiene un sentido, que el dolor y la muerte no pronuncian la última palabra.

Pues bien, la imagen de esa Virgen con los ojos vendados, como impedida de ver la injusticia y el crimen; pero portando a la vez en su manto las imágenes de sus hijos desaparecidos o torturados, no denigra a la Virgen, sino que subraya el más profundo sentido que ella y el Dios cristiano poseen: en ocasiones aparecer ciegos para la injusticia y el dolor, pero así y todo enseñar que el sufrimiento tiene o puede tener un significado que evita que cuando un acontecimiento nos hiere —sea una muerte o una tortura, o un empujón brutal que nos derriba— claudiquemos o seamos definitivamente derrotados. Para el creyente, la Virgen María vive la alegría de la Anunciación, pero también padece la crucifixión del Hijo (el evangelista le advierte que lo que le anuncia es “una espada que atraviesa el alma”, Lucas 2, 35). El sufrimiento humano (reflejado en esa intervención con las fotos de desaparecidos en el manto de la imagen) es uno de esos momentos de oscuridad que parecen apagar la luz de la existencia, pero un creyente, como la Virgen, se sostiene en la esperanza de la fe.

Por supuesto todas las religiones poseen ámbitos y cosas sagradas (sin la distinción entre lo sagrado y lo profano la religión no existiría); pero los creyentes deben evitar hipostasiar las imágenes, porque ello puede conducirlos a olvidar lo que ellas representan. La imagen de la Virgen y las imágenes de los santos no son figuras de habitantes de un mundo supraterrenal, sino que son formas de asomarse al misterio de la existencia, el principal de los cuales para un creyente es el amor de Dios que coexiste con el sufrimiento humano.

Por eso puede afirmarse que el autor de la intervención en esa imagen de la Virgen parece estar más consciente, que muchos creyentes, del misterio y la promesa de que la fe es portadora. (Fuente El Mercurio)