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El escultor japonés Odani Motohiko (1972-), reflexiona en sus obras sobre la muerte, el misticismo, recuerdos y terror. Con sus instalaciones y esculturas recrea mundos de ultratumba repletos de belleza y fuerte magnetismo. Y para aquello su material es el papel.

Nació en Kyoto y estudió en la Universidad de Tokio de Bellas Artes y Música. Su estilo único se ha ganado el reconocimiento tanto en su país como en el extranjero. En 2003, Motohiko Odan representó a Japón en la Bienal de Venecia. Desde entonces, el escultor ha ganado varios concursos y sus obras se han exhibido en más de 30 exposiciones colectivas y 10 personales.

El escultor explora un limbo de figuras que se deshacen, parajes nebulosos por donde marchan seres sin vida, seres del Más-Allá y de una belleza etérea pero peligrosa, como la de un cementerio embrujado. El blanco inmaculado de sus figuras tiene el significado fúnebre típico de los ritos funerarios budistas, cromatismo que vincula a sus figuras con espectros y almas en pena.

Hay algo inexplicablemente bello y místico en sus trabajos, pero al mismo tiempo sobrecogedor e inquietante. El mismo explica que busca crear para dar forma a sus miedos y su dolor. Cada pieza invita a reflexionar sobre un sentimiento diferente o una sensación difícil de olvidar.

Odani explica a Totenart que tras haber entrenado toda su vida como escultor, necesitaba romper con la tradicional pesadez de este método creativo, para expresarse a sí mismo. Poniendo foco en lo elusivo e intangible, comenzó a desarrollar un arte que puede ser definido como zen, pleno de vacío y que casi parece desaparecer en el entorno.

Odani está interesado en el dolor, según sus propias palabras, pero sus esculturas no retratan la crueldad, sino para despertar la empatía en el visitante.

Además de representar el dolor, Motohito se interesa por el movimiento, el cambio, transformación y el vacío. Sus piezas arremolinadas parecen protagonistas desgarrados por el viento o estructuras óseas o fósiles de criaturas alienígenas atrapadas en un momento de su estado de cambio. El trabajo de Odani no es sólo original, sino que invita a un espacio-tiempo interseccional en el que “fealdad y belleza, vida y muerte, bailan juntos”.