Marcela ha investigado tanto contextos asociados de sociedades cazadoras recolectoras y pescadores, como agroalfareras y pastoriles, e históricas. A inicios de la década de 2010, lideró un estudio sobre los pigmentos en la Tradición Cultural Chinchorro, donde tuvo la oportunidad de comprobar –en el marco de una investigación interdisciplinaria– la aplicación de múltiples capas de pintura en el recubrimiento de varias momias depreparación complicada; algunas de ellas de alrededor de 7.000 años atrás. Su aporte en esta materia fue entregar nuevos datos para discutir la relevancia del rito mortuorio en esa sociedad y el significado del cuidado que sus miembros otorgaban a los antepasados.
El color está presente en todo nuestro entorno. Lo observamos en la naturaleza, en los objetos que fabricamos, en las representaciones pintadas sobre paredes, cerámicas o maderas y en nuestros cuerpos. Del significado que estas antiguas culturas le daban como expresión visual, muy poco se sabe, al igual que el origen de los materiales empleados para su obtención y las formas de preparación.
Para comprender algunos de estos aspectos, la arqueóloga se propuso investigar con mayor especificidad los mecanismos, procesos y organización de la minería –relacionada con la extracción de pigmentos minerales– además de evaluar el consumo de estos materiales colorantes entre los años 950 y 1.450 d.C.
Los Colores del Desierto
Sus últimas exploraciones han consistido en recorrer –junto a su equipo de trabajo– los paisajes desérticos de la Región de Antofagasta tras las huellas de aquellos pueblos que se desplazaban entre la costa y el desierto, explorando los farellones costeros que se elevan a casi 1.200 metros sobre el nivel del mar o atravesando largas distancias por la pampa árida del desierto.
«Provenientes de la costa, ellos transportaban sobre sus hombros los utensilios y la comida que llevaban hasta las minas situadas tras la cordillera de la costa. Ahí extraían los minerales que usaban como pigmento y cargaban de vuelta hasta la costa»,explica la investigadora.
Sin embargo, el objetivo se concentró en descifrar –y evaluar– el rol que estos materiales cumplieron en las interacciones que, durante esa época, se dieron entre las poblaciones costeras y de los valles interiores del desierto.
«Ya no se trata solo de interpretar la dimensión simbólica de estos pigmentos, sino de entender su valor económico en el marco de un contexto socio-histórico determinado», afirma Marcela. La trayectoria académica de Marcela Sepúlveda se remonta a la temprana edad de siete años, cuando descubre su vocación por la arqueología en Francia, lugar donde vivió hasta los 15 años. Marcela es una arqueóloga franco-chilena que se doctoró en Prehistoria, Etnología y Antropología en la Universidad de París. Después de 13 años en la Universidad de Tarapacá, desde
el año 2020 es académica en la Pontificia Universidad Católica de Chile, sumándose a permanecer como investigadora asociada de la de Unidad Mixta de Investigación 8096 (ArchAm) de la Universidad de París, Pantheón-Sorbonne y el CNRS desde el 2017.
El Rol de la Minería Pigmentaria en las Sociedades
Prehispánicas Durante la pandemia, trabajó colaborativamente al interior de Tocopilla, en un sitio que posee más de 850 piques de extracción minera, cuyo valor como fuente de información histórica está amenazado por la actividad minera extractivista contemporánea.
Su proyecto también contempla el estudio y análisis de objetos utilizados para extraer, almacenar y transportar los minerales. Son contenedores conocidos como cajitas, cubiletes, tubos, maderas, huesos, conchas, cuero y textil, que hoy forman parte de importantes colecciones y se encuentran depositados en museos a lo largo de Chile y el extranjero.
El análisis de estos objetos le permitió al equipo de la arqueóloga descubrir una gran cantidad de restos de polvo, residuos y concreciones en su interior, que dan cuenta de una amplia paleta de colores minerales y, a su vez, una compleja biografía sobre estos pigmentos.
«De ahí la necesidad de caracterizar químicamente estos materiales para su identificación y precisar su uso, además de revisar los soportes sobre los que estos colores fueron aplicados», dice Marcela.
Para ese trabajo utilizan, además de registros macroscópicos, distintas técnicas como microscopía óptica, colorimetría, microscopía electrónica de barrido y técnicas químicas elementales (XRF, ICP-MS, PIXE) o moleculares (RAMAN, FT-IR), entre otras.
En lo posible, enfatizan el uso de técnicas de análisis portátiles aplicadas in situ y otras no destructivas, para preservar las muestras que, en algunos casos, analizan con diferentes técnicas complementarias. De paso, esto les permiten contribuir a la conservación de los objetos, que intervienen mínimamente.


En términos sociales, ha podido evidenciar lógicas extractivas diferentes entre las sociedades costeras y del interior, que habitaron el desierto de Atacama. Ella y su equipo confirman que, para las poblaciones originarias de los valles, los pigmentos minerales fueron un recurso de negociación importante, incluso tras la llegada a la región de los Incas, quienes lograron apropiarse de parte de la producción durante su expansión por el norte de Chile, entre los siglos XV y XVI.
Con pasión envolvente, Marcela explica que la minería pigmentaria fue una actividad realmente significativa para las sociedades prehispánicas que habitaban el norte de Chile. Esta actividad tuvo una importancia comparable con la extracción de recursos mineros empleados en la producción metalúrgica o lapidaria, que son más conocidas.
«Esto implicó que toda una serie de actores, paisajes y objetos –con sus respectivas secuencias operativas– funcionaran de manera entrelazada», agrega la arqueóloga. Identificó finalmente que estas sociedades explotaron una gran variedad de minerales para la producción del color, tales
como el cobre, yeso, jarosita, manganeso, hematita, goetita, oropimente, cinabrio, entre otros; lo que da cuenta de un profundo conocimiento técnico y de la fuerte interacción que las sociedades prehispánicas del desierto y la costa tenían con el entorno y el mundo mineral.
Los objetos, materiales y pigmentos tenían agencia propia, funcionaban y poseían un rol significativo en la vida cotidiana y muerte de estas poblaciones. Se puede decir que los pigmentos y el color fueron agentes relevantes en las interacciones desarrolladas entre los individuos y las diferentes entidades naturales y sociales del desierto, conocimientos y relaciones en los que la arqueóloga y su equipo pretenden profundizar.
El estudio de los pigmentos arqueológicos es un tema aún escasamente abordado en Sudamérica. El plan de Marcela es seguir investigando en el desierto del Norte Grande de Chile para colorear el pasado. Trabajos que ella desarrolla con su familia, su hijo de cuatro años, que suele sumarse a las campañas en terreno, y su pareja, también arqueólogo y co-investigador del proyecto en curso.
«En Chile somos solo algunos investigadores los interesados en estos materiales; es de esperar que progresivamente otras y otros jóvenes se integren al grupo e investiguen temas relacionados con los pigmentos y variadas dimensiones materiales y visuales del color en el pasado. (Por Lorenzo Palma, Ciencia en Chile)